Nuestros niños hoy no son los mismos, son seres más intuitivos, sensibles, activos, atraidos por la tecnología e inventivos. Tal vez, sea el momento de detenernos a observarlos y observarnos, para lograr mayor entendimiento, formar nuevos vínculos y estrechar distintos lazos. Allí vamos!
Datos personales
- Adriana del Pardo
- San Pedro, Buenos Aires, Argentina
- Directora del Jardín de Infantes 906, San Pedro. Diplomada en resolución de conflictos. Investigadora independiente, sobre los desafíos de educar en un mundo intercomunicado. Amante del arte.
sábado, 16 de julio de 2011
Familia Abandónica y sus Consecuencias
Artículo publicado por: CRISTINAHEINZMANN el 2008/07/19
"En principio, vale recordar que un bebé que nace desvalido y sin familia no puede sobrevivir. Es decir que esa familia insustituible debe ser considerada como la gran formadora de personas. Habiendo aclarado esto, diremos que la familia abandónica es aquella en la cual los niños y jóvenes del grupo familiar quedan abandonados. Esto puede deberse a varias razones: crisis de valores, la aspiración a ganar más dinero antes que nada, la delegación de la atención de los niños, tomar otras sociedades como grupos de referencia, etc".
Las personas necesitamos ser reconocidos, sentirnos tenidos en cuenta por un otro, queridos. Los primeros años de vida son básicos.
Pérez Álvarez S. (1981) propone dos tipos de familia abandónica:
- Aquella en la cual el abandono es total: Como abandono total entendemos aquel por el cual la patria potestad fue delegada. En estos casos el abandono puede no ser tan traumático para los niños, dado que queda la posibilidad de que otra familia se haga cargo del menor adoptándolo.
- Aquella en la cual el abandono es parcial: En este tipo de abandono los padres conservan la patria potestad pero no la ejercen. Este caso de abandono es peor que el anterior. Se deja a los hijos al libre albedrío, a la propia discriminación de lo bueno y lo malo, sin dar posibilidad de que otra familia pueda hacerse cargo de ellos.
También debemos tomar en cuenta que, quien fuera víctima de niño del abandono familiar, puede llegar a padecer de adulto lo que Guex G. (1980) denominó “Síndrome de abandono”. Éste es un estado crónico que acarrea un sujeto desde su infancia, justamente como consecuencia de haber padecido alguna forma de abandono en dicha etapa. No se trata de la aparición brusca de síntomas; pero puede ocurrir que el estado crónico se vuelva aun más intolerable debido a que alguna circunstancia actual, como podría ser un nuevo desengaño, reactive la angustia inicial. Dice Guex que estos pacientes, en su encuentro con el analista, son mucho más demandantes que otros neuróticos. Los síntomas principales de este cuadro son: angustia, agresividad y la no valorización de sí mismo.
Por lo hasta aquí expresado, vemos que el abandono familiar puede conducir a la vagancia y, como consecuencia de esta última, el menor puede caer en conductas nocivas como la drogadicción y la delincuencia. Es decir que ese abandono que afectó en su momento a un infante, también podrá más tarde estar afectando, por intermedio de las conductas antes mencionadas, a toda la sociedad en su conjunto. Si consideramos que el abandono es muestra de una descomunal falta de afecto por parte de los progenitores hacia el menor, no debemos olvidar que aun sin llegar a tales extremos toda falta de afecto provoca dañinas consecuencias a corto y largo plazo.
La necesidad de recibir afecto del niño es tal que una importante pérdida afectiva en la infancia suele traer, por lo general, una consecuencia patológica. Bowlby J. (1983) manifiesta incluso que aquellos padres que, con el fin de obtener del niño cierta obediencia, acostumbran amenazar al mismo con abandonarlo o dejar de quererlo, provocan en el futuro de ese hijo elevados estados de ansiedad. Argumenta el mismo autor que el niño requiere de su madre (o de quien ejerza esa amorosa función) con continuidad. Dice que cuando el niño sólo cuenta con una sucesión de personas con quienes establecer breves relaciones de apego, suele ocurrir que se vuelve cada vez más centrado en sí mismo y propenso a establecer relaciones transitorias y superficiales con cualquiera. Si esto último se convierte en un patrón establecido, constituye un mal presagio para su desarrollo futuro.
Aquellas familias que no dan importancia a lo afectivo, que desaprueban toda expresión de sentimientos y que manifiestan desprecio por quienes lloran, aclara Bowlby (1983) que son las causantes de que un niño termine por contener su conducta de apego y que reprima sus sentimientos. Este tipo de niños, ya una vez adultos se muestran inflexibles y duros, marchando por la vida sin dar señal alguna de quebrantamiento. Sin embargo, puede resultar difícil vivir o trabajar con ellos, pues tienen poca compresión de los demás y también de sí mismos y suelen surgir con facilidad en ellos sentimientos de envidia y enojo. Además, si tienen la suficiente confianza para confesárselo a un terapeuta, su sensación de estar aislados y no ser amados puede ser extremadamente triste. Agrega Bowlby que esas personas corren una gran riesgo de caer en depresión, en alcoholismo y en suicidio. Aun cuando no lleguen a ser pacientes psiquiátricos ellos mismos, pueden a menudo ser responsables del colapso de otros: cónyuge, hijos o empleados.
Cuanto más frecuentemente un niño se vea rechazado, cuanto más afligido se sienta debido a repetidos desaires de su entorno, explica Bowlby (1983) más grueso se hará su caparazón de protección. En algunas personas ese caparazón llega a hacerse tan grueso, que las relaciones afectivas quedan atenuadas hasta el punto de que una pérdida casi deja de tener significación. Esas personas serán inmunes al dolor, pero a un precio elevadísimo. Bowlby (1998) nos dice que la mejor manera de aumentar el rendimiento de un niño es recompensarlo con la reacción de otro ser humano. ¿Y acaso es posible mejor recompensa que una muestra afectiva? No debemos olvidar que el apego íntimo a otros seres humanos es el eje alrededor del cual gira la vida de una persona, no sólo cuando ésta es un niño que da sus primeros pasos o un escolar, sino también durante toda la adolescencia, los años de madurez y la senectud.
El afecto que recibe un niño en su familia tendrá un efecto sobre la personalidad de éste que habrá de perdurar, positivamente, a lo largo de su vida. Así también dicho afecto determinará, al menos en parte, la forma en que ese niño se comportará en su adolescencia y adultez frente a la sociedad. No olvidemos que ya Winnicott (1994) decía que un hogar estable no sólo capacitaba a los hijos para encontrarse a sí mismos y encontrarse mutuamente, sino que también los ayudaba a convertirse en miembros de la sociedad en un sentido más amplio.
Sin embargo, no podemos concluir este artículo sin recordar que también la sociedad en su conjunto habrá de influir sobre cada familia. Así, a nivel global, vemos cómo esta Era Posmoderna con su arrasante individualismo y su escasez de valores impacta con violencia y hace tambalear, de distinta manera, las estructuras familiares de las diferentes clases sociales. Si reparamos en el caso particular de nuestro país (Argentina), encontramos que la pobreza, la indigencia, el desempleo, la falta de perspectivas y la escasa educación, han dado lugar a que muchas familias en tales situaciones dejen de cumplir una función que favorezca el sano desarrollo y que, en cambio, pasen a comportarse como factor de riesgo.
Por otra parte, también es preciso recordar que, como señala Gilles (2002), un niño que no es valorado por otro que le da un nombre, un lugar en su vida, y por sobre todo amor, será posiblemente un niño con serios conflictos en su vida futura".
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