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San Pedro, Buenos Aires, Argentina
Directora del Jardín de Infantes 906, San Pedro. Diplomada en resolución de conflictos. Investigadora independiente, sobre los desafíos de educar en un mundo intercomunicado. Amante del arte.

sábado, 16 de julio de 2011

Buenas prácticas educativas.

Las escuelas del siglo 21, por el Prof. Manuel Área, España.

        Los numerosos cambios económicos, tecnológicos y políticos ocurridos a lo largo del último cuarto del siglo XX han alterado significativamente el panorama de los modos, procesos y relaciones de producción tanto en cada país nacional como en las estructuras económicas mundiales. La globalización económica, la mundialización y estandarización de los productos y hábitos de consumo cultural (a través de industrias como el cine, la música, la ropa, el deporte o la alimentación), los importantes cambios antropológicos en el seno de las familias provocados por la igualdad de derechos de la mujer y por el control de la natalidad, la revolución científico-tecnológica, la modificación de los puestos de trabajo, de las relaciones laborales y de las estructuras organizativas de las empresas, la circulación permanente de información a través de múltiples canales y medios de comunicación, etc. por otra está provocando una alteración sustantiva de nuestra vida cotidiana y de la naturaleza de nuestra sociedad llegándose a señalar que hemos entrado en un periodo novedoso de nuestra civilización que algunos autores denominan “sociedad de la información” o “sociedad red” (M. Castells, 1997).

          Es evidente, y nadie actualmente pone reparos a que las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) entren en las escuelas y se conviertan en parte del paisaje cotidiano de la vida escolar. Atrás han quedado los miedos y recelos de muchos docentes que bajo los argumentos de que la tecnología fomentaba el individualismo, la distracción o la incomunicación del alumnado, proclamaban su rechazo a que los ordenadores estuvieran presentes en las aulas. Hoy en día, todos los agentes educativos (las autoridades educativas, las familias, los profesores, los equipos técnicos, …) reclaman y defienden la necesidad de que las computadoras se integren y utilicen en los procesos de enseñanza y aprendizaje.

        En este sentido, en estos últimos años, prácticamente todas las comunidades autónomas, unas con mayor o menor grado de celeridad y de inversiones, han emprendido proyectos y planes destinados a dotar de la infraestructura de telecomunicaciones, de recursos informáticos y de oferta de cursos de formación sobre nuevas tecnologías a los centros escolares[1]. En este ecuador de la primera década del siglo XXI la tasa de disponibilidad de ordenadores en los centros de secundaria[2] (aunque en educación primaria e infantil es menor) comienza a ser bastante aceptabley nos aproxima a la media de los países europeos[3] a pesar de que todavía estamos distantes de los países del norte de Europa.

        En consecuencia, el problema actual del sistema escolar español con relación a las TIC ya no es la carencia de máquinas o la ausencia de conexión a la red Internet –aunque siempre será necesario seguir invirtiendo para actualizar los equipos cara a mejorar la calidad de los recursos informáticos y de las telecomunicaciones-. El problema, ahora está en cómo innovar los métodos de enseñanza y mejorar la calidad de los procesos de aprendizaje del alumnado apoyándose para ello en el uso de las TICs. Algunas ideas a tener en cuenta en los procesos de utilización pedagógica de estas tecnologías serían los siguientes:

a) Las TICs no tienen efectos mágicos sobre la enseñanza y el aprendizaje. Con ello quiero indicar que no puede creerse de forma ingenua que por el mero hecho de que un docente utilice la tecnología con sus alumnos éstos aprenderán de forma más motivada, con mayor entusiasmo y que su rendimiento aumentará de forma notable. Esta creencia falsa se ha instalado en sectores del profesorado influenciados por una visión idealista y simple sobre los beneficios de las tecnologías digitales difundida desde la publicidad, de empresas de telecomunicaciones, desde los medios de comunicación y desde más de un experto en informática educativa.

Educar, formar o enseñar a un grupo de niños, de adolescentes o de jóvenes es, en estos momentos, una tarea altamente compleja, sometida a múltiples tensiones y no se puede reducir a esquemas simplista de causa-efecto. Por ello, cualquier docente que haya experimentado con ordenadores en su aula sabe que lo relevante no es la tecnología, sino el método de enseñanza bajo el cual emplea e integra pedagógicamente dicha tecnología.

Si un docente desarrolla un método de enseñanza tradicional basado en el libro de texto, en la transmisión expositiva de contenidos, en la repetición y realización de ejercicios por parte del alumnado, en la evaluación a través de un examen memorístico, … lo más probable es que si decide utilizar computadoras en su clase tienda a reproducir dicho modelo: es decir, la pantalla del ordenador se llenará de ejercicios y actividades similares a las de los libros de texto y los alumnos seguramente realizarán la misma tarea que antes hacían con papel y lápiz; y si desarrollaba lecciones magistrales continuará haciéndolo sustituyendo probablemente sus esquemas escritos en una pizarra por presentaciones multimedia. El método sigue siendo el mismo, aunque haya cambiado la tecnología y recursos.

El problema es que ese método tradicional de enseñanza encaja poco con las potencialidades de los ordenadores y de las redes digitales y descubrirá que intentar enseñar a sus alumnos empleando dichas tecnologías le generará más trastornos y dificultades que beneficios ya que la organización se la clase se verá alterada porque el ritmo de realización de las tareas no será homogéneo entre todos los alumnos, encontrará que el alumnado fácilmente visitará sitiosweb poco académicos (ocio, juegos, deportes, música, …) o que no tienen vinculación con la asignatura estudiada en ese momento, que será muy difícil mantener el silencio, o que tendrá que estar atendiendo simultáneamente a las múltiples demandas que a la vez le plantearán los alumnos (debido a que no saben usar el software, a que el ordenador o el programa se bloquea, …).

b) Cuando los ordenadores entran en las aulas el reto y el desafío a corto y medio plazo es cambiar el modelo educativo que se pone en práctica y ello representa un nuevo modelo de profesionalidad docente. Tradicionalmente la enseñanza se ha entendido como un proceso de transmisión de información del profesor hacia el alumno. En este modelo el docente es poseedor del conocimiento y los alumnos son sus receptores. En consecuencia, la actividad formativa consistía esencialmente en que el profesor bien de modo magistral, bien apoyado en determinados materiales impresos como son los textos escolares, exponía a los alumnos el conocimiento, y éstos lo tenían que memorizar y reproducir posteriormente en un examen. Las implicaciones de este modelo metodológico han sido ya analizadas abundantemente en la literatura pedagógica y no reiteraré sus críticas.

Lo destacable es que hoy en día, en un contexto cultural saturado de información a la que el alumnado tiene acceso, el modelo expositivo de enseñanza no tiene mucho sentido. Hoy en día sabemos que lo relevante no es que el individuo retenga en su memoria toda la información que recibe desde múltiples instancias, sino el proceso que le permite construir el conocimiento en interacción con su contexto sociocultural[4]. Es decir, más que recibir y almacenar información el reto educativo es que los sujetos aprendan a buscar, seleccionar y analizar aquella información en distintas fuentes de consulta. De este modo lo relevante del aprendizaje no es el desarrollo de la capacidad memorística sino de los procesos de análisis y reflexión. Esto requiere saber hacer un uso inteligente de los múltiples recursos y medios de diversa naturaleza (de tipo impreso, audiovisual, informático). En definitiva el educando no debe desarrollar un aprendizaje mecánico en el que adquiera los conocimientos de forma receptiva, sino que debe ser un sujeto activo y protagonista de su propio proceso de aprendizaje.

c) Un profesor, hoy en día, más que un transmisor de conocimientos debe caracterizarse por tutorizar y guiar el proceso de aprendizaje del alumno, es decir, debe ser un mediador de la cultura. Se ocuparía de planificar un proceso educativo abierto, flexible, con fuentes actuales, variadas, claras, motivadoras, … utilizando una metodología interactiva y cooperativa de trabajo.

Desde un punto de vista psicodidáctico, una de las innovaciones más profundas que provoca la incorporación de las redes de ordenadores a la metodología de enseñanza es que el modelo tradicional de transmisión y recepción de la información a través de lecciones expositivas deja de tener sentido y utilidad. Todo el conocimiento o saber que un docente necesita comunicar a su alumnado puede ser “colgado” en la red de modo que lo tengan disponible cuando lo deseen. Pero lo más relevante, es que puede utilizarse Internet como una gigantesca biblioteca universal en la que el aula o el hogar se convierten en puntos de acceso abiertos a todo el entramado mundial de ordenadores interconectados en el World Wide Web.

d) Actualmente, el problema pedagógico no es la mera transmisión del “saber”, sino enseñar al alumnado a hacer frente de modo racional a la ingente y sobrecogedora cantidad de información disponible en una determinada disciplina científica. La formulación de problemas relevantes, la planificación de estrategias de búsqueda de datos, el análisis y valoración de las informaciones encontradas, la reconstrucción personal del conocimiento deben ser las actividades de aprendizaje habituales en el proceso de enseñanza, en detrimento, de la mera recepción del conocimiento a través de apuntes de clase. Por lo que el profesor debe dejar de ser un “transmisor” de información para convertirse en un tutor que guía y supervisa el proceso de aprendizaje del alumnado (Adell y Salas, 1999; Marcelo, 2002a).

     Hemos de ser conscientes que este proceso de transformación de la estructura y naturaleza del sistema escolar, y en consecuencia, del modelo educativo que debe desarrollarse y de la función docente no es fácil de poner en práctica. Las instituciones educativas se caracterizan por la lenta introducción de los cambios dentro de sus estructuras. En el contexto de las sociedades de la información esta peculiaridad constituye una auténtica inadaptación a las necesidades formativas y a las exigencias organizacionales, debido a un entorno en continuo movimiento y transformación. La red escolar, en grandes líneas, todavía no disponen de la tecnología necesaria y se sigue desarrollando, en muchas aulas y centros un modelo de transmisión cultural tradicional, propia de la escuela decimonónica[5]. Como señala el experto ingles Hardgraves (1996):
“muchas escuelas y profesores actuales están orientados aún de acuerdo con la época de la industria mecánica pesada, en la que el maestro, aislado, procesa lotes de niños, agrupados por aulas o niveles, en grupos constituidos según la edad de los alumnos. Mientras la sociedad cambia a una era postindustrial, postmoderna, nuestras escuelas y nuestro profesorado permanecen apegados a enormes edificios de burocracia y modernidad, a jerarquías rígidas, aulas aisladas, departamentos separados y estructuras de carrera anticuadas. (p. 20)


http://www.youtube.com/watch?v=b5ZDETRBFkU

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